domingo, 28 de noviembre de 2010

LEÓN TOLSTÓI

"Yo mismo soy naturaleza"

La cara de Tolstói en un principio decepciona a todos los que la ven. Han viajado en el tren desde varias millas de distancia, han recorrido luego el trayecto desde Tula para verse ahora esperando, con respeto, en el recibidor del maestro.
Entonces por fin se abre la puerta y se le ve entrar: un hombrecito bajo y corpulento, cuyo andar es tan ágil que la barba se balancea; y entonces el hombre se detiene delante del sorprendido huésped exhibiendo una amable sonrisa. ¿Cómo? ¿Este hombrecito amable y apacible, este "padrecito de andar ágil por la nieve", es realmente León Nikoláyevich Tolstói? El temor previo ante esa majestad se esfuma, y la curiosidad, un poco más animada, se atreve a mirarlo a la cara.
Sin embargo, de repente, al que levanta la vista se le hiela la sangre. Como una pantera, tras las tupidas junglas de las cejas salta una mirada gris, esa mirada inaudita de Tolstói que no revela ningún cuadro y de la cual habla todo el que miró alguna vez a la cara a ese ser imponente. Nadie puede mentir ante esa mirada penetrante y perforadora de Tolstói, y eso lo atestigua Turguéniev, Gorki y otro centenar de testigos.

Goethe (hermano con Tolstói en el horóscopo por el mismo día de nacimiento, el 28 de agosto y por mantener también su creatividad universal hasta los 83 años), permanece sentado a los sesenta tras las ventanas cerradas, gordo y temeroso del invierno desde hace mucho tiempo; Voltaire, anquilosado y más parecido a  un ave siniestra y furibunda que a un hombre garabatea en su escritorio papel tras papel; Kant recorre a duras penas, tieso y cansado, con una manía mecánica, La Königsberger Alle. Mientras tanto nuestro hombre, Tolstói el anciano henchido, sumerge su cuerpo envejecido en el agua helada, siega el jardín y corre con agilidad tras la pelota cuando juega al tenis. El hombre de sesenta y siete  años viaja veloz sobre esquís por la pista de hielo, a los ochenta, tensa a diario los  músculos con el esfuerzo de la gimnasia y a los ochenta y dos años, a un paso ya de la muerte azuza a su yegua con el látigo cuando ésta, después de veinte verstas de duro galope, se detiene a corcovear.  

"No puedo interesarme por la muerte, principalmente por una razón, y es que ella, mientras yo viva, no existe".

Pero tan sobrehumano como la vitalidad de Tostói es su miedo a la muerte.
Ante la primera sensación de proximidad de  la Parca, comienza a temblar. La más tenue disminución de la vitalidad significa  una especie de enfermedad ( a los treinta y seis años ya se autodenominaba "un hombre viejo")
Solo, precisamente, porque Tosltói vivió la muerte en medio de la vida de un modo más vehemente que los demás, la hizo viva para todos nosotros como no lo consiguió ningún otro.

"No, León Nikoláyevich, yo no puedo estar de acuerdo con usted en eso de que las relaciones entre los hombres pueden mejorarse únicamente por medio del amor. Eso solo pueden decirlo los que tienen una buena educación, gente que siempre tiene la barriga llena. Pero ¿qué podrá decirles a los que pasan hambre desde la niñez, a los que han sufrido durante toda su vida bajo el yugo de un tirano? Esos lucharán y se esforzarán por librarse del yugo. Y eso lo digo en vísperas de su muerte, León Nikoláevich , el mundo se ahogará en sangre y matará más de una vez no solo a los amos, sin distinción de sexo, sino también a sus hijos, los hará pedazos, para que la tierra no tenga que sufrir nunca más nada malo proveniente de ellos. 
Lamento  que usted no viva ya esa época, para que pueda ser testigo de su error, le deseo una muerte  apacible".

Nadie sabe quién escribió esta carta relampagueante. ¿Fue Trostki, fue Lenin, fue alguno de los muchos revolucionarios anónimos que se pudrían en prisión? Nunca lo sabremos pero tal vez en ese instante Tolstói ya se enterase de que su doctrina era puro humo, palabras efímeras frente a la realidad; que la confusa y desenfrenada pasión sería siempre más poderosa entre los hombres que la bondad fraternal. Su rostro, cuentan los testigos, se puso serio en ese instante. Tomó papel en sus manos y se retiró a su habitación, con un atisbo de sospecha soplándole un vaho gélido sobre su envejecida cabeza.

Tres poetas de sus vidas
Casanova, Stendhal, Tolstói
Stefan Zweig

P.D El día 20 de noviembre del 2010 se cumplió el centenario de la muerte de Tolstói.


2 comentarios:

  1. Me quedo con la literatura española, una manía como otra cualquiera.

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  2. Jomio desde que andas tan serio, miedo me dan leer tus "regalitos".

    Bien e todas formas.
    Saluditos.

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