martes, 13 de julio de 2010

DOS VERSIONES DE UN MISMO TEMA



"Hay posado en un árbol un pájaro
que se extraña de la gente
porque ni el más sabio sabe decir
dónde se encuentra la suerte..."


Un mercader de Bagdad envía a su criado a comprar provisiones. En el mercado, una mujer le empuja; al volverse, la reconoce: es la Muerte. El criado corre a casa, pálido y tembloroso, y suplica a su patrono que le preste su caballo: tiene que irse de inmediato a Samarra y ocultarse donde la Muerte no le encuentre nunca. El mercader accede, el criado parte. El mercader, acude mas tarde al mercado, aborda a la Muerte y la reprende por haber amenazado a su criado. "Oh", contesta la Muerte, "yo no he hecho un gesto de amenaza, sino de sorpresa. Me ha sorprendido ver a tu criado en Bagdad esta mañana, porque tengo una cita con él en Samarra esta noche."

W. Somerset Maughan


"Lo que en verdad queda de mí
es justamente eso: mi ausencia"
Ted Hughes


Pavel Apostolov fue musicólogo, compositor para banda de percusión y metales, y vitalicio perseguidor de Shostakóvich. Durante la gran guerra patriótica había sido coronel al mando de un regimiento; más tarde llegó a ser un miembro destacado de la sección de música del Comité Central. Shostakóvich dijo de él: "Montaba un caballo blanco y abolió la música." En 1948, el Comité de Apostolov obligó a Shostakóvich a abjurar de sus pecados musicales y le condujo al borde del suicidio.
Veinte años después, la Sinfonía 14 de Shostakóvich, obsesionada con la muerte, se estrenó "a puerta cerrada" en la sala pequeña del conservatorio de Moscú. Fue, en efecto, una audición privada para expertos musicales soviéticos, sin el peligro de que la nueva obra contagiase a un auditorio más amplio. Antes del concierto, el autor se dirigió al público. El violinista Mark Lubotsky recordaba que Shostakóvich dijo: "la muerte es aterradora, no hay nada más allá. No creo en la vida después de la muerte." Luego pidió a los presentes que guardaran el mayor silencio posible porqué se iba a grabar el concierto.
Lubotsky estaba sentado al lado de una administradora de la residencia de compositores; unos asientos más allá había sentado un hombre de edad, calvo. La sinfonía había alcanzado su quinto movimiento, intensamente silencioso, cuando el hombre se levantó de un salto, plegó su silla con un fuerte golpe y salió disparado de la sala. La administradora susurró: "¡Qué canalla! Intentó destruir a Shostakóvich en 1948, pero no pudo. Todavía no ha cejado, y se ha ido para estropear la grabación adrede." Era, por supuesto, Apostolov. Lo que los presente no supieron, sin embargo, era que el destructor había sido, a su vez, destruido: por un ataque cardíaco que resultó ser mortal. La "siniestra sinfonía de la muerte", como la llamó Lubotsky, le estaba dando de hecho una despedida lúgubre.

Julián Barnes

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