martes, 15 de junio de 2010

LOS POLÍTICOS NO ADMITEN PREGUNTAS

En su delicioso libro "La America de una planta" los escritores rusos Ilf & Petrov nos relatan una de las recepciones del presidente Roosevelt.

Dos veces a la semana, a las diez y media de la mañana, el presidente del país recibe a los periodistas. Asistimos a una de esas recepciones, que se celebran en la Casa Blanca. Entramos en la antesala, donde había una enorme mesa redonda hecha de madera de secuoya. Era un regalo que había recibido uno de los anteriores presidentes. Como no había guardarropa, los periodistas, al entrar, depositaban el abrigo sobre esa mesa. Y, cuando no había sitio, lo dejaban directamente en el suelo. Poco a poco se fueron juntando casi cien personas, que fumaban hablaban en voz alta y miraban con impaciencia la pequeña puerta blanca, detrás de la cual, por lo visto, se ocultaba el presidente de Estados Unidos.
Nos habían aconsejado que nos situáramos lo más cerca posible de la puerta, pues si nos quedábamos detrás de los demás periodistas corríamos el riesgo de no ver nada. Con la habilidad de experto usuarios del tranvía, fuimos abriéndonos paso. Delante de nosotros ya sólo había tres caballeros de cabellos grises y aspecto respetable.
Había llegado la hora de la audiencia, pero seguían sin dejar pasar a los periodistas. Entonces los caballeros de cabellos grises se pusieron a golpear la puerta, primero con delicadeza, luego con mayor impaciencia. Llamaban a la puerta del presidente de los Estados Unidos como el asistente del director golpea la puerta del camerino de un actor para recordarle que debe salir a escena. Llamaban con una sonrisa en los labios, pero de todos modos llamaban.
Por fin la puerta se abrió, y los periodistas, empujándose unos a otros, se lanzaron como posesos hacia adelante. Los imitamos. A la carrera atravesamos el pasillo, luego una espaciosa habitación vacía, donde no tuvimos grandes dificultades para sobrepasar a los caballeros de cabellos grises, que respiraban con dificultad. Entramos en cabeza en la siguiente habitación.
Delante de nosotros, en las profundidades de un despacho oval-con viejas litografías de vapores del Missisipí en las paredes y modelos de fragatas en pequeños nichos-, detrás de un escritorio de tamaño mediano, con un humeante cigarro en la mano y unos quevedos chejovianos sobre su grande y noble nariz, estaba sentado Franklin Roosevelt, presidente de Estados Unidos de América. A su espalda centelleaban las barras y las estrellas de dos banderas nacionales.
Empezó el interrogatorio. Los periodistas formulaban diversas preguntas y el presidente respondía.
Naturalmente, todo ese ritual era algo convencional. Todo el mundo sabe que en tales circunstancias el presidente no hace revelaciones especiales a la prensa. Respondía a ciertas cuestiones con seriedad y bastante detalle, eludía otras con una broma (no es facil bromear dos veces a la semana delante de un centenar de periodistas encarnizados), y en algunos casos afirmaba que se ocuparía de esa cuestión en su próxima comparecencia.
El rostro grande y atractivo de Roosevelt mostraba huellas de cansancio. Sólo la víspera el Tribunal Supremo había vetado la AAA, la ley que regulaba los sembrados, uno de los ejes de su campaña.
Al cabo de media hora de preguntas y respuestas se produjo una pausa que el presidente aprovechó para dirigir una mirada inquisitiva a los presentes Todos comprendieron que era la señal para la retirada general. En medio de un caotico "Good-bye, Mister President", los periodistas se aprestaron a abandonar la pieza. Y el señor presidente se quedó solo en su despacho oval, entre las fragatas y las banderas de barras y estrellas.

Stalin no admitía preguntas, pero contaba milongas del estilo:

"(...)No, no pueden comprender el patriotismo de un ciudadano soviético, que ama no una patria jurídica que sólo le da derechos civiles, sino una patria tangible, donde todo le pertenece: la tierra, las fábricas, las tiendas, los bancos, los acorazados, los aeroplanos, los teatros y los libros; donde él mismo es responsable de la política y dueño de todo"

Era el año 1935 cuando los inocentes Ilf &Petrov, escribían esto.


1 comentario:

  1. El actual dictador (don dinero) no admite ni una pregunta, mucho menos respuestas.

    Los esclavos del dictador, tampoco preguntan... para qué.

    Saluditos, Miner.

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