miércoles, 25 de noviembre de 2009

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
















Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido,
que, pues lo imposible pido,
lo posible aún no me den.

Don Quijote XXXIII




Juan Ramón Jiménez que era un hipocondríaco reconocido, seguro que sería feliz, si pudiera ver que el hospital de Huelva lleva su nombre. Lo mismo que Miner, un vago reconocido, también lo sería si, un sofacama, llevara su nombre. JRJ en su juventud vivió durante tres años en el sanatorio Nuestra Señora del Rosario, así lo cuenta Rafael Cansinos-Assens en la novela de un literato.

Algunos domingos Manuel y Antonio Machado, Villaespesa y, el mismo Cansinos iban a verle al sanatorio El Rosario. Las voces y las risas se apagaban, lo mismo que el sol poniente, cuando trasponíamos la verja del sanatorio y cruzábamos el jardín, ya en sombra, donde cantaba una fuente invisible.
Una enfermera, discreta, pulcra y sigilosa, nos guiaba hasta el departamento que allí ocupaba el poeta de las rimas. Una habitación medianamente grande, con ventanas al jardín, confortable como un cuarto de hotel caro, en la que había luz encendida. Una mesa, con libros y papeles en el centro, una chimenea francesa en uno de los testeros, con retratos, flores y libros sobre su tapa de mármol. Y en aquel marco de selección, el poeta, pulcro, correcto también, joven, fino, pálido, serio y triste, con unos grandes ojos negros y melancólicos, un bigotillo negro y una barbita en punta, como la de D`Annunzio, tendiéndonos la mano suave y pálida, lacia, en un gesto de fría cordialidad, con una sonrisa que dejaba ver sus dientes blanquísimos de no fumador.

-¿Eres feliz, hombre!-exclamaba Villaespesa-. No te falta nada...Y tienes muy buen aspecto, ¿verdad?
Y nos interrogaba a todos. Todos asentíamos.
-Psch... En realidad, no tengo nada concreto-Explicaba Juan Ramón-. Solamente esta tristeza, esta angustia, esta inquietud, el corazón, no sé. El doctor Simarro me dice que son los nervios y me receta bromuro a todo pasto. Pero ¿qué tiene que ver el bromuro con esta tristeza?...Es que la vida es triste. Me dice que haga por alegrarme y distraerme, pero, ¿Cómo alegrarme? Si a mí me asusta la alegría. Las cosas alegres me ponen más triste.

El ayudante del doctor Simarro, un mediquito joven y estúpido, que cuando a veces me siento morir y lo llaman, viene, me toma el pulso y se echa a reír, y dice "¡Vaya! lo que usted tiene son dengues. Usted lo que tiene que hacer es venirse conmigo y con unas pelanduscas a la verbena y coger una pítima. "Pero si me estoy muriendo -le digo yo-. ¡Si me va a dar un colapso!" Y el idiota se ríe "¿Qué se va a morir? Bobadas aprensiones. Ande y véngase a la verbena" "¡Qué horror, a la verbena! ¡Sería terrible! Morir allí de pronto, entre aquel ruido y aquella alegría, entre borrachos y mujeronas con mantones de manila. ¿Pero es que no existe la muerte repentina? ¡No reza la iglesia en oración!: "¡De la súbita muerte, del rayo y de la centella, líbranos, Señor!"

Menos mal que apareció Zenobia Camprubí. Detras de cada gran hombre siempre hay una sufrida mujer; Marco Antonio y Cleopatra, Lucia y Joaquín (dúo Pimpinela), el Pato Donald y Daisy, ¡Miner! y Mary.

Juan Ramón Jiménez regresó a España, ya casado con su novia neoyorquina , Zenobia Camprubí, hija de un anticuario catalán que se ha enriquecido en Norteamerica. Ese matrimonio que ha salvado de la indigencia al poeta de Rimas, que últimamente- según don Julio del Moral- vivía de la munificencia de Martínez Sierra-, le ha costado a aquel esfuerzos heroicos. JRJ conoció a su Zenobia en el curso de un viaje que ésta hizo con sus padres a la península. Los padres de la joven, enterados de la precaria situación del poeta, se opusieron tenazmente al noviazgo y, para que no siguiera adelante, se llevaron a su hija a Nueva York. Pero el abúlico y desencantado JRJ no se arredró por ello y, ayudado por amigos poderosos, lo arreglo todo para presentarse dignamente en Nueva York y hasta reunió un lote de cuadros de primeras firmas como regalo para el futuro suegro. Éste acabó por rendirse y la boda se celebró.


Normal, así también me rindo yo. Hace poco leí unas memorias del sobrino de Federico García Lorca, Manuel Fernández Montesinos. "Lo que en nosotros vive". Contaba una visita que realizó de niño con su madre a la casa de Juan Ramón y Zenobia: Pero, a mi niño, por mucho que me hubiera gustado el borriquillo no me gustó su autor. Todo de negro, la barba aunque canosa también negra. Adusto, serio, de mirada penetrante, pero completamente exenta de bondad.

Pintor que me has pintado
en este cuadro vago de la vida,
tan bien, que casi
parezco de verdad; ¡ay, pínta-
me nuevamente, y mal, de modo
que parezca mentira!

Juan Ramón Jiménez

P.D. Rafael Cansinos Assens, era escritor y periodista, pero sobretodo traductor. Dominaba varios idiomas como el árabe, el hebreo, el ruso (traductor de Dostoievski), el alemán, francés, ingles . Vamos que era como yo, que se callarme (a duras penas) en todas esas lenguas y en más.

4 comentarios:

  1. Miner no presumas tanto de sofa-cama, lo que pasa que te gusta leer y quizás abusas de la postura, tendido, otros leen sentado, el caso es leer y tu sabes hacerlo y elegir el tipo de lecturas. Enhorabuna.

    Saludos.

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  2. Si, si, ya veras cuando una Chansolaig (esto es lo que tiene dominar idiomas) lleve mi nombre.
    Además tú que haces perdiendo el tiempo. ¡Ala a estudiar!
    Un saludo

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  3. algunos si que tienen suerte....¿ como se puede vivir tantos años con esa angustia ?, una buena sarna que rascar le daba yo....en cuanto a lo del sofá no te preocupes que estamos trabajando en ello......

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  4. JIJI, Creo que Juan ramón era feliz siendo así, a quien no le gustaba tanto era a su mujer,Zenobia, menos mal que era muy independiente y tenia otras inquietudes, aun así, hubo momentos en los que ella se alejaba, se iba de viaje. la verdad, vivir al lado no debia ser facil de llevar. Un abrazo

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