miércoles, 20 de mayo de 2009

LA TERTULIA DE PIO BAROJA


Creo que la casa ha sido descrita en numerosas ocasiones: Aquel gran salón con tres balcones a la calle, pero de poca luz, con la larga mesa de roble, un tablero y cuatro patas, el biombo que junto a la puerta creaba un aislamiento respecto a ella, las estanterías de libros hasta media altura, los cuadros de Ricardo Baroja, de Arteta, de Néstor, aquel hundido y mullido y casi sacramental butacón, siempre con el molde de su cuerpo y la manta puesta a sus pies. Y si le ocurría al visitante ser el primero de la tertulia en llegar no acertaba a ver más que la silueta borrosa, de espaldas a la cerúlea luz de la calle, que encorvada sobre el papel era reconocida por la boina y recibía al intruso con una mirada imperceptible por encima de los lentes y el gesto para enroscar en su caperuza y dejar a un lado la pluma estilográfica. Porque inmediatamente dejaba de escribir y se sentaba en el sillón- echándose la manta sobre las rodillas si hacía frió- para ponerse a charlar.

Gonzalo Gil-Delgado era un personaje pintoresco, entrado en edad, alto, Valleinclanesco, rigurosamente enlutado, que en los días de invierno no se despojaba de un gran gabán negro que casi le llegaba hasta los tobillos. Era un hombre que a todo el mundo caía en gracia pero a quien no se tomaba en excesiva consideración por laS fabulosas historias que contaba con él siempre como protagonista.
Y en otras ocasiones nos confiaba que para vencer el frió de la calle se había refugiado durante un par de horas en la iglesia de los Jerónimos que por ser una parroquia de lujo ya por aquel entonces había instalado en la nave un sistema de calefacción. Pero habiendo observado que los confesionarios estaban especialmente caldeados, algunas tardes se introducía en algunos de ellos y con frecuencia era requerido por las beatas vespertinas- que observaban el edículo ocupado por aquella figura negra y grave, que dormitaba con la cabeza recostada sobre la celosía- para que escuchara sus confesiones y otorgara su absolución. "Hoy he oído a una vieja tal sarta de suciedades-decía- que he estado a punto de negarle mi absolución." Y sin duda producto de su fantasía narraba unas confesiones tan salaces y grotescas que provocaba la risa abierta de todos.

Juan Benet (Otoño en Madrid)

3 comentarios:

  1. Tan entrañable entrada no puede permanecer sin comentarios, salvo que éstos la manchen, faltándole al respeto. No es ésta mi intención.

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  2. Buenos días, miner:

    Hace tiempo llegué hasta este post buscando información, en internet, de Gonzalo Gil-Delgado. No dejé comentario -entonces-, pero hoy he vuelto a recordar esta referencia, al visitar el Blog de Chimista, gran lector de Pío Baroja.

    Saludos

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