miércoles, 3 de diciembre de 2008

HÉCTOR ABAD FACIOLINCE



...Haces volteretas con el cuerpo y la imaginación para evadir la tristeza. ¿Pero quién te ha dicho que se prohibe estar triste? En realidad, muchas veces, no hay nada más sensato que estar tristes; a diario pasan cosas a los otros, a nosotros, que no tienen remedio, o mejor dicho, que tienen ese único y antiguo remedio de sentirnos tristes.
No dejes que te receten alegría, como quien ordena una temporada de antibióticos cucharadas de agua de mar a estómago vacío. Si dejas que te traten tu tristeza como una perversión, o en el mejor de los casos como una enfermedad, estás perdida: además de estar triste te sentirás culpable. Y no tienes la culpa de estar triste. ¿No es normal sentir dolor cuando te cortas? ¿No arde la piel si te dan un latigazo?
Pues así es el mundo, la vaga sucesión de los hechos que acontecen (o de los que no pasan) crean un fondo de melancolía. Ya lo decía el poeta Leopardi: “como el aire llena los espacios entre los objetos, así la melancolía llena los intervalos entre un gozo y otro”.
Vive tu tristeza, pálpala, deshojala entre tus ojos, mójala con lágrimas, envuélvela en gritos o en silencio, cópiala en cuadernos, apúntala en tu cuerpo, apúntala en los poros de tu piel. Pues sólo si no te defiendes huirá, a ratos, a otro sitio que no sea el centro de tu dolor íntimo.

... Nadie puede indicarte la infalible ruta de la felicidad. Esa te la fabricas sóla y no depende sin embargo, ni si quiera de ti, sino de una mezcla casual y siempre diferente de azar y voluntad. ¿Que si tu imaginación te lleva a amar a la persona equivocada? ¿Si escoges soledad cuando más te convenía compartir lecho y techo? Pero no hay quien lo sepa de antemano y la esperanza ajena no te sirve.

Todo esto aderezado con recetas, en este caso sencillas:

...Pocas mujeres desconocen el arte de los ojos: la mirada. O lo aprenden mirando o ya nacen con él del vientre de sus madres. Para la brillantez de la mirada he de darte una receta de probable eficacia y de improbable daño. Consiste en enjuagarte los ojos con una solución de dos pizcas de sal por litro de agua hervida. Ya sé que algo tan simple no te sonará mágico. La sencillez inspira desconfianza; es esta la razón por la que brujos, curanderosy médicos viven inventando palabras y conjuros bastante altisonantes: nadie cree en lo simple.


Y que mejor compañia ♫♫♪♫♫♪ La Trucha de Schubert♫♫♪♫♫♪ 




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