jueves, 13 de noviembre de 2008

LA MUJER EJEMPLAR

Me digo, no voy a poner más relatos de Eduardo Galeano, pero cuando leo alguno como este, de su libro Bocas del Tiempo, pues siento, que a alguien más le va a gustar y lo pongo. Tengo recogidos más, y amenazo con ponerlos, ya que en pocas lineas condensan unas grandes verdades y sino leer esta pequeña joya. Pompón Hay alguien ahí que también le gusten estos relatos. http://www.goear.com/listen.php?v=b861126


La mujer ejemplar


Vivió obedeciendo al mandato bíblico y a la tradición histórica.
Ella barría, lustraba, enjabonaba, enjuagaba, planchaba, cosía y cocinaba.
A las ocho en punto de la mañana servía el desayuno, con una cucharada de miel para el eterno ardor de garganta de su marido. A las doce en punto servía el almuerzo, consomé, puré de papas, pollo hervido, duraznos en almíbar; y a las ocho en punto la cena, con el mismo menú.
Jamás se atrasó, jamás se adelantó. Comía en silencio, porque no era mujer opinativa ni preguntativa, mientras el marido contaba hazañas presentes y pasadas.
Después de la cena, se demoraba lavando lentamente los platos, y entraba en la cama rogando a Dios que él estuviera dormido.
Para entonces ya se habían difundido bastante la máquina lavarropas, la aspiradora eléctrica y el orgasmo femenino, que habían llegado poco después de la penicilina; pero ella no se enteraba de las novedades.
Sólo escuchaba los radioteatros, y rara vez salía del refugio de paz donde vivía a salvo de la violencia del mundo. Una tarde, salió. Fue a visitar a una hermana enferma. Cuando regresó, al anochecer, encontró al marido muerto.
Algunos años después, la abnegada confesó que esta historia no había terminado exactamente así.
Contó el otro final a un vecino llamado Gerardo Mendive, que se lo contó a un vecino que se lo contó a otro vecino que se lo contó a otro: al volver de la casa de la hermana, ella encontró al marido caído en el suelo, jadeando, bizqueando, la cara de color tomate, y pasó de largo, se metió en la cocina, preparó un inolvidable banquete de calamares en su tinta y merluza a la vasca, con un postre de alta torre de frutas y de helados, todo regado con un vino añejo que tenía escondido, y a las ocho en punto de la noche, como era su deber, sirvió la cena, se hartó de comer y de beber, confirmó que él estaba definitivamente quieto en el suelo, se persignó, se vistió de negro y llamó por teléfono al médico.

Eduardo Galeano

4 comentarios:

  1. Muy bueno... pero acojona... Qué hartita tenía que estar.

    ResponderEliminar
  2. ya veras cuando te pille Galeano , va cobrate derechos de autor , muy buenu el cuentu , pero da que pensar....si eso son les buenes como seran les males....uhmmmm

    ResponderEliminar
  3. Pues les males peor,oye que hay hoy pa comer?.

    ResponderEliminar